"Mil y mil veces maldita, tierra aborrecida del
crimen, del sufrimiento y del sicario. Bajo el azote helado de tus huracanes
gime el hombre; la angustia roe las almas de las víctimas; los abnegados, los
Radowitzky, agonizan, mártires de la chusma del máuser, y, sobre el hórrido
concierto de sollozos se oye siniestra la carcajada del verdugo".
Así
comenzaba un volante del diario anarquista La Protesta, para el 1º de Mayo de
1918, el Día de los Trabajadores. Estoy en Ushuaia, en el edificio del antiguo
penal, y hablo sobre Simón Radowitzky ante una concurrencia formada principalmente
por gente joven. Nunca hubiera soñado antes que iba a tener esa posibilidad. En
los años setenta publiqué un libro que se titulaba Simón Radowitzky, ¿mártir o
asesino?, que fue a parar a la hoguera de la dictadura de los Videla y Massera.
¿Quién era ese Simón Radowitzky que había sido una figura legendaria del
movimiento obrero en las tres primeras décadas de este siglo y que había pasado
veintiún años de su vida en la cárcel, la mayoría de ellos en el penal de
Ushuaia, una de las páginas más negras de la historia penal del género humano
de la cual tendríamos que avergonzarnos los argentinos? Y que se mantuvo no
sólo durante el gobierno de los conservadores liberales sino también durante
los tres gobiernos primeros del radicalismo. Los que más cantaron a Simón
Radowitzky, llamado el "mártir de Ushuaia" fueron los payadores criollos
en los mitines y asambleas obreras.
"Traigo aquí para Simón este manojo de flores, del
jardín de los dolores del alma y del corazón: traigo para aquel varón valiente
y decidido, este manojo que ha sido hecho con fibras del alma, en un momento
sin calma de rebelde convencido".
Así cantaba el payador Manlio por la
década del veinte. Es que Simón había corporizado la violencia de abajo al
matar de un preciso bombazo al jefe de policía coronel Ramón L. Falcón después
que éste reprimió brutalmente la manifestación obrera del 1º de Mayo de 1909. Ese día ocurrirá la más grande tragedia obrera hasta
ese momento de nuestra historia social. La policía montada al mando del
comisario Jolly Medrano, después de que sonara el clarinazo de ataque ordenado
por el propio coronel Falcón, se lanza sobre las columnas obreras en la Plaza
Lorea. Parece una estampa de la Rusia imperial cuando los cosacos atacaban
concentraciones de famélicos proletarios en San Petersburgo o en Moscú. En la
historia de las represiones obreras, la del coronel Falcón quedó como una de
las más cobardes y alevosas. En un primer momento se cuentan treinta y seis
charcos de sangre. Para explicar el drama, el militar traerá el argumento que
todavía hoy se emplea en la Argentina: le echa la culpa a los
"agitadores". Seguirán días de paro general proclamado por la FORA
que tendrá un desarrollo muy violento. Esos días continuará la brutal represión
y se seguirán sumando los muertos. Los obreros no se rinden porque:
"Los tiempos
ya terminaron en que hubo feudales bravos que agarraban a los esclavos y fiero
los azotaron ¡Hoy no! Ya se rebelaron, y ese hombre hoy, febril y ardiente cuando
ve que un prepotente burgués quiere maltratarlo: cara a cara ha de mirarlo, cuerpo
a cuerpo y frente a frente!"
Así fue. Ese joven judío de apenas 18 años, obrero
metalúrgico, esperará al coronel Falcón y pondrá fin a la vida del orgulloso
militar que era todo un símbolo para los hombres de uniforme: Falcón había sido
el cadete número uno recibido en el Colegio Militar creado por Sarmiento. Simón
trata de suicidarse pero es capturado, condenado a muerte y luego, como es
menor de edad, a prisión perpetua a cumplir en el penal de Ushuaia, con el agravante
de que cada año, en oportunidad de cumplirse cada aniversario de su atentado
contra Falcón "deberá ser llevado a reclusión solitaria a pan y agua
durante veinte días", como dirá la sentencia.
En la prisión, sólo comparable con la de la Isla del
Diablo, Radowitzky se convertirá en el "mártir de la anarquía". Será
un místico de la resistencia y del altruismo con los demás presos.
Protagonizará una huida legendaria a través de los canales fueguinos hasta que
es capturado por un buque de guerra chileno y entregado a los carceleros
argentinos. Todos los castigos inimaginables serán entonces para él. Aunque
enfermo de tuberculosis, el clima del extremo sur y el aislamiento no lo
amedrentan y sigue siendo el defensor de los demás presos para quienes Simón es
una personalidad mística y al que admiran casi con respeto religioso.
Sus compañeros de ideas de todo el país no lo
abandonaron en ningún momento. Miles de mitines y su nombre siempre en la
primera página de sus publicaciones. Hasta que en 1930, Yrigoyen firmará el
indulto. Pero el gobierno radical no se aguanta al carismático atentador en
territorio argentino y lo expulsa al Uruguay. Allí será detenido y poco después
soportará presidio en la isla de Flores. Hasta que en 1936, ya en libertad, marchará
a la Guerra Civil Española a luchar contra el fascismo de Franco.
Morirá en México en 1956 mientras trabajaba de obrero
en una fábrica de juguetes, el mejor oficio que puede tener un ser humano. Me
paseo por las celdas del presidio de Ushuaia, cuarenta años después de la
muerte del "santo de la anarquía". Los muros del oprobio. Oprobio que
años después se iba a trasladar a los dominios de otros carceleros con uniforme
militar: los campos de concentración de los Bussi, los Menéndez, los Camps.
Pienso en estos verdugos cuando atravieso el portón de salida del ex presidio
austral. Y me consuela un pensamiento que me asalta en ese momento. Esos tres,
jamás tuvieron juglares criollos que les cantaran. De Radowitzky quedan los
recuerdos de esas coplas del auténtico pueblo:
"Simón, la fe no desmaya y el pueblo sí que
resiste te ha de sacar, Radowitzky, de las mazmorras de Ushuaia".
Osvaldo Bayer
No hay comentarios:
Publicar un comentario